viernes, 14 de mayo de 2010

El papel de la mujer

El papel de la mujer
El papel de la mujer en la sociedad española del siglo XIX venía determinado por el predominio de los valores burgueses, unido a la tradicional concepción católica y conservadora. Se esperaba de ellas que se casasen, que fuesen madres y esposas, y que se limitasen sus actividades al hogar y a las relaciones sociales familiares. Su educación era acorde con esas expectativas: un pequeño barniz cultural, conocimientos de las tareas domésticas y una estricta moralidad. A partir de 1868, aumentaron las demandas de mayir acceso a la educación para las mujeres, pero, en general, continuaron alejadas de universidades y empleos. Por supuesto, todo ello sólo afectaba a las jóvenes de clase alta o media. Las obreras, las campesinas y las jornaleras eran fuerza de trabajo como sus hijos y sus maridos, aunque una profunda hipocresía extendía el ideal de familia burguesa al conjunto de la sociedad.
La injusticia social: situación laboral de las mujeres
Vamos a ocuparnos de una cuestión, que no por hallarse muy dilucidada ha perdido tanto de su interés, ni de su trascendental importancia, que no nos sea fácil añadir algunas breves observaciones a los fuertes e incontrovertibles argumentos presentados y sostenidos por aventajados escritores.
El asunto a que nos referimos es importantísimo, como que afecta a la inmensa mayoría de la mitad del género humano. Trátase de una de las mayores, o más graves injusticias que se cometen, y que, como la gangrena, corroe y devora las entrañas de la sociedad; del escandaloso desnivel que resulta de la falta de proporción y de equidad con que se distribuyen los jornales, entre los individuos de ambos sexos, pertenecientes a la clase proletaria: de cuya desproporción y falta de equidad palpamos continuamente las más terribles y desastrosas consecuencias; que, a pesar nuestro, nos arrancan un grito de dolor.
¿Por qué, pues, tan incalificable injusticia? El trabajo corporal de la mujer, aun en los estrechos límites a que se halla concreto, ¿es acaso menos útil y y necesario al embellecimiento y a la perfección social que el del hombre? Sin duda que no: las modas, los tejidos, las flores artificiales, los bordados, toda clase de labores, y todo lo concerniente al más minucioso arreglo, incluso el aseo y ornato del interior del hogar doméstico, ¿no se hallan casi exclusivamente confiados al delicado gusto y laboriosidad de la mujer?, pues ¿por qué, repetimos, si el fruto de sus afanes es al menos tan indispensable a la civilización como el del hombre, se halla por aquélla tan indignamente recompensado?
Comparad, si no, el máximum de los jornales dados a las mujeres, con el mínimum de los que se dan a los hombres, y considerad si la enorme diferencia que resulta ¡no es la más irritante de las injusticias!
De aquí es que las pocas mujeres que tienen la virtud de resignarse a vivir con el sudor de su frente, viven obligadas casi en su totalidad, un punto menos que a mendigar la mitad de su subsistencia, para cubrir apenas sus más perentorias necesidades.
De aquí que a las menos sufridas, por salir de la desesperada y angustiosa situación en que se ven sumergidas, se las ve caer precipitadamente en el astuto lazo tendido por la disolución a su ignorancia y a su miseria, para después devorarlas sin piedad, como el buitre a su presa, entre desgarradores y cruelísimos tormentos.
De aquí esa multitud de consorcios, que se verifican sin la menor idea del amor por parte de los contrayentes, que aceptan sin vacilar una desgracia dudosa, cuya extensión ignoran, con tal de sustraerse a otra desgracia horrible y demasiado conocida. [...]
Examinemos, si no con imparcialidad, la tristísima posición reservada a las mujeres de la clase obrera, aunque concretándonos al estrecho círculo de nuestra capital. [...]
Empezaremos por las que se dedican a la industria fabril, y en ella daremos la preferencia a la fábrica de tabacos, por hallarse la de algodones paralizada. En dicho establecimiento, aunque no se trabaja por jornales, y sí por tareas, es tan mezquina la retribución dada por ellas a las operarías, que aún a costa de prodigiosos esfuerzos, apenas ascienden los jornales que pueden sacar de tres o cuatro reales vellón, no obstante ser un trabajo tan penoso y enfermizo, que da por resultado en no pocas ocasiones la tisis pulmonar u otras afecciones igualmente calamitosas, que agostan en flor, ayudadas de los malos y escasos alimentos, las más robustas naturalezas.
Las costureras de guantes, que así como las operarías de la fábrica de tabacos, perciben su haber en proporción a la tarea que hacen, se hallan igualmente tan mal recompensadas, que apenas pueden adquirir de tres a tres y medio rs. vn. de jornal para atender a los más indispensables gastos de su subsistencia [...] ribeteadoras [...] bordadoras [...] talleres de modas [...] lavanderas y planchadoras [....] servicio doméstico.
Echemos si no, una rápida ojeada sobre los jornales dados a los hombres de la clase obrera: [...] Los peones de las obras de albañilería, los oficiales de zapatero, los oficiales de los talleres de carpintería y otros cuyos trabajos, bien por inercia, o por otras causas, se consideran inferiores a los de los demás, no ganan menos de ocho rs. vn. de jornal.
No se crean que lo desaprobamos, antes nos dolemos de que solo puedan adquirir tan mezquino salario para atender a sus más perentorias necesidades; mas no podemos menos de lamentar que se establezca una tan enorme y tan poco equitativa diferencia entre el máximum de los jornales dados a las mujeres y el minimum de los que generalmente se dan a los hombres, tanto más, cuanto que para ello no se tiene para nada en cuenta la importancia, el primor o la índole del trabajo que cada cual desempeña; antes por el contrario, en cada paso vemos que en identidad de circunstancias, es injustamente preferido el trabajo del hombre, al de la mujer. [...]
La superioridad de los deberes impuestos al hombre por la sociedad es, en nuestro sentir, la razón más poderosa que se alega para justificar, aunque no sea más que en apariencia, la manifiesta protección que se dispensa a sus trabajos con notable perjuicio de la mujer. [...]
Lo repetimos, no se crea que nosotras pretendemos rebajar en un ápice el trabajo de los obreros: antes por el contrario anhelamos de todo corazón que se les adelanten los jornales, porque comprendemos cuan útil y necesario es a la sociedad la mejora de las clases trabajadoras. [...]
Nuestros deseos se limitan por ahora a que se tengan en cuenta la utilidad y la índole del trabajo de la mujer; para dilucir si es o no, digno de alternar y competir con el del hombre, y una vez resuelta la cuestión por la afirmativa, que sea recompensado en los mismos términos que aquel.
Y no se nos arguya con que esto es pretender un imposible, toda vez que el desarrollo y la fuerza inteligente de la mujer son a todos casos inferiores a las del hombre; esta hipótesis es de todo punto inexacta, y absurda; nosotras no vacilamos en rechazarla. [...] De lo expuesto se deduce, que aun en el caso probable de que pudiese existir, y existiese en efecto, una justa y laudable competencia en el trabajo presentado por los individuos de ambos sexos, nuestras aspiraciones no se dirigen a estimular la lucha de los intereses, y sí sólo tienden a mejorar las condiciones de las mujeres dedicadas al trabajo, seguras de que en ello ganará infinito la sociedad. — Margarita Pérez de Celis.
El Nuevo Pensil de Iberia, Cádiz, 3.' época, n.° 7 (10 de diciembre de 1857), pp. 13
En una considerable proporción, las clases bajas urbanas se dedicaban a los servicios. Casi la mitad de sus componentes, entre los que abundaban las mujeres, trabajaban en el servicio doméstico, seguidos de los mozos de comercio o pequeños tenderos autónomos (vendedores en puestos de mercado y similares). Aproximadamente una cuarta parte de la población activa eran muchachas de servicio inmigrantes de los pueblos, con horarios interminables y bajos salarios. Además, muchas mujeres trabajaban de lavanderas, planchadoras, costureras o amas de cría, fijas o por horas. La proporción de las mujeres de las clases populares urbanas que trabajaban alcanzaba el 90%. La mujer relegada en su casa correspondía al ideal plenamente burgués.
La pobreza obligaba que mujeres y niños tuviesen que contratarse, por salarios más bajos, como jornaleros, a fin de aumentar un poco los ingresos familiares.
En el caso de la mendicidad involuntaria las prácticas benéfico-caritativas proporcionan un complemento necesario para las frágiles economías domésticas, el papel que cumple la mujer aportanto por esta vía suplementos económicos en cualquier época, pero sobre todo en momentos de crisis y en casos de enfermedad e incapacidad física de cabeza de familia o de viudedad.
En los contextos familiares la mujer es quien organiza el conjunto y maximiza el rendimiento de unas economías domésticas siempre inestables. Una cuestión que ha de ser entendida en la dimensión del ahorro social que la mujer produce. No nos referimos con ello exclusivamente a la incorporación de los mercados del trabajo extradomésticos, sino a una labor de gestión de las economías familiares a lo que se une el trabajo en el hogar, funciones por las que no recibe una retribución directa. La incorporación de la mujer a los mercados de trabajo es muy errática y discontinua durante el siglo. En los núcleos rurales es más activa esta participación, colaborando o protagonizando las faenas del campo. En los núcleos industriales, como es el caso de Barcelona, puede plantearse una temprana incorporación femenina al mundo fabril, siempre en actividades poco cualificadas y mal remuneradas. En los núcleos urbanos preindustriales esta participación de la mujer se hace más temporal, dependiendo de las coyunturas de los mercados de trabajo. Puede observarse a título de ejemplo un incremento del número de trabajadoras durante el decenio 1856-65 como consecuencia de la demanda provocada por el ferrocarril y el sector de la construcción. Vendría a sustituir al hombre que marcha al trabajo itinerante del ferrocarril. Hemos tenido ocasión de medir esta situación a escala madrileña. Por primera vez el mundo artesano-fabril abría sus puertas al personal femenino, más allá de la Fábrica de Tabacos, que desde su creación como Real Manufactura a finales del siglo xvm había funcionado siempre con mano de obra femenina. Entre 1857 y 1865 el Diario de Avisos publicó un total de 1.566 anuncios solicitando operarios de fábricaj artesanos, empleos concentrados sobre todo entre 1857 y 1861, con un mínimo en 1865 como anuncio del fin de la coyuntura alcista. En esta década, aunque exista una discriminación salarial con respecto al hombre, el déficit global de mano de obra tiende a limar las diferencias a partir de 1860.
En los núcleos urbanos en general es el servicio doméstico el principal empleo femenino, con una estabilidad marcada a lo largo del siglo. En cambio el trabajo a domicilio sufre los vaivenes temporales de la coyuntura económica. Por otra parte la actividad de la mujer en las economías domésticas resulta imprescindible por el lado de la beneficencia. Mendiga ocasional, es quien establece el contacto necesario con la beneficencia parroquial o con los circuitos privados benéfico-caritativos en manos de la nobleza y de la gran burguesía. Aquí se produce el encuentro entre mujeres de distinta procedencia social. Por arriba la. Junta de Damas de Honor y Mérito o instituciones similares encargadas de la gestión benéfica. Por abajo, la mujer popular demandando la ayuda médica o alimentos, sobre todo en épocas de crisis de subsistencia o de carestía. En suma, la actividad laboral desarrollada por la mujer fuera del hogar ofrece profundas diferencias entre los núcleos urbanos y los rurales, y dentro de los primeros las variantes se multiplican en relación al mayor o menor desarrollo fabril de los mismos. En todo caso la mujer se enfrenta a estas realidades desde unos escasos niveles de preparación.
Las primeras voces encaminadas a amortiguar esta situación cuajaron en los años 60 en la Asociación para la enseñanza de la mujer, impulsada por Fernando de Castro, que tendrá su máximo apogeo en época de la Restauración. Esta asociación, creada en 1871, era tributaria en parte de la Escuela de Institutrices, fundada en 1869, y ésta a su vez era la culminación de las Conferencias dominicales.
Panorama reforzado por las propuestas intelectuales de mujeres como Concepción Arenal, que empiezan a plantearse la cuestión desde la óptica de una real igualdad entre los géneros que incorporase en un futuro el pleno disfrute de los derechos políticos y el beneficio de la ideología abierta liberal, cuyos límites habían postergado amplios colectivos sociales por razón de edad y de sexo. En la práctica, la presencia de la mujer en el mundo político tuvo su primera expresión como componente del pueblo liberal en las barricadas y en las distintas formas de rebeldía o de protesta popular, tanto rural como urbana.

LA EDUCACIÓN DE LA MUJER
El censo de 1860 ya señalaba unas tasas de analfabetismo muy superiores para las mujeres, por encima del 86 por 100; sin embargo, hasta 1900 la tasa de alfabetización femenina se acelera con respecto a la masculina, recortando unas distancias que todavía son muy apreciable a la altura de 1900.
Señoras:
Una de las cuestiones capitales que el progreso de la civilización ha traído al debate en las sociedades modernas, es la de la educación de la mujer, compañera del hombre, alma y vida de la familia, maestra de costumbres, la más suave y más íntima influencia, pero por esto mismo quizá la más poderosa, entre todas las que forman la trama de la vida y dirigen el providencial cumplimiento del humano destino. [...]
Por todas partes se difunde este nuevo espíritu, nacido de las entrañas del Cristianismo, y que penetra gradualmente en todas las clases y esferas de la sociedad. Las naciones más adelantadas rivalizan en noble competencia por enaltecer la condición de la mujer, igualándola al hombre: y siendo para ello la reforma de su educación el más seguro camino, surgen doquiera cátedras, asociaciones, ateneos, conferencias y publicaciones especiales, con que obtenga aquélla, ya los primeros rudimentos de la instrucción, ya los de una cultura más extensa, ora la preparación para determinadas profesiones, ora, en fin, estímulos para mantener su espíritu siempre vivo, y abierto a todas las generosas aspiraciones y a todos los sentimientos elevados.
Para cooperar en nuestro pueblo a esta empresa verdaderamente humana que solicita el leal concurso de todas las fuerzas de la sociedad, os hemos invitado, Señoras, a las presentes conferencias. [...]
En sí mismo, en aquello que constituye su destino en la vida, y sobre lo cual deseo que fijéis principalmente toda vuestra atención, alcanza la mujer su más alto grado de superioridad. Su destino en la vida y su vocación, es ser madre: madre del hogar doméstico y madre de la sociedad. Todas las demás vocaciones que la religión o el Estado hayan instituido, por dignas y respetables que fueren, son puramente históricas, transitorias y particulares, al lado de ésta, que es general, y será permanente y eterna cuanto lo sea la sociedad humana. [...]
Y al recitar la mujer católica las alabanzas de la Virgen María, si lo hace con recogimiento y meditación, no por mera costumbre y rutina, ve en ellas el más hermoso ideal en que pueden inspirarse la virginidad y la maternidad a un tiempo. [...] Y si a causa de la libertad religiosa, y de las nuevas relaciones que ella supondrá entre Iglesia y Estado, hubieran de suprimirse algunas festividades, guardad vosotras siempre en vuestro corazón y en vuestra memoria la fiesta de la Purificación, dedicada a la madre que en el colmo de su alegría se presenta en el templo por primera vez, después de su alumbramiento, para decir a la sociedad: «Soy madre y vengo a ofrecer a Dios el fruto de mis entrañas». [...]
Ahora bien, Señoras: para que la mujer responda a este ideal, y sea siempre ángel de paz en la familia, madre del hogar doméstico y fuerza
viva en la sociedad humana, debe instruirse y prepararse dignamente con la sólida educación que estos fines reclaman.
Ante todo, el conocimiento de la elevada misión en que por ley de naturaleza se halla constituida, debe determinar la esfera, extensión y carácter de sus estudios. La religión y la moral, la higiene, la medicina y la economía domésticas, las labores propias de su sexo y las bellas artes, forman la base fundamental de su instrucción, cuyo complemento necesario es la pedagogía, que la ilustra y guía para la educación y enseñanza de sus hijos. La geografía y la historia, las ciencias naturales, la lengua y literaturas patrias, con algunas nociones de legislación nacional en lo relativo, especialmente, a los derechos y obligaciones de la familia, constituyen un segundo círculo más amplio de la cultura general humana.
A estos, por lo menos, pueden reducirse los estudios comunes a toda la que aspira al desarrollo y perfección de su naturaleza, en la sociedad y en el seno del hogar doméstico. Tres condiciones han de distinguir y hacer interesantes estas enseñanzas: moralidad, religiosidad y belleza. [...]
No aprendéis tanto por cultivar en sí misma la ciencia y para profesarla en la sociedad, cuanto para aplicarla en el círculo íntimo de la familia y contribuir poderosamente a despertar la vocación de vuestros hijos. Pero no porque debáis cuidadosamente evitar todo lo que, desdiciendo de vuestro destino, pudiera aparecer en vosotras pedante y afectado, os está cerrado con esta instrucción el camino de determinadas profesiones, mediante las cuales, señaladamente las que estáis exentas de las graves ocupaciones propias de la madre de familia, os dignifiquéis no menos que ésta ante la sociedad. [...]
Cuando tal hayáis conseguido, influid sobre el hombre, para que valga y sea algo en la vida e historia de su tiempo, algo en religión, algo en la política de vuestro país, algo en las demás esferas y fines de la vida. Guardaos, sin embargo, de pretender imponerle nada en el orden religioso, ni en el político, ni en otro alguno. Vuestro destino, como esposas y como madres, es aconsejar, influir; de ninguna manera imperar. [...]
¡Qué ventura para nuestra amada patria si, mediante aquellos y estos esfuerzos, educada dignamente la mujer española, pudiese ayudar al hombre en la renovación religiosa e intelectual, social y política, moral y económica, en que estamos todos empeñados! i Que cuando se escriba la historia de nuestro actual renacimiento se diga que, postrada de tres siglos, España se levantó, con vuestro auxilio, a una nueva vida, libre y con honra1.
Fernando de castro, «Discurso inaugural de las Conferencias dominicales sobre educación de la mujer. 21 febrero 1869», en Conferencias dominicales sobre la educación de la mujer, Universidad de Madrid, Imp. de Rivadeneyra, Madrid, 1869, pp. 3-18

MORANT, I., Historia de las mujeres en España y América Latina (vol. 3), Madrid, 2005-2006.

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