viernes, 14 de mayo de 2010

Los partidos políticos liberales

Partidos políticos
1. El partido moderado
Nombre con el que se conoce habitualmente la corriente más conservadorwa o derechista del liberalismo español y el partido que, con esta denominación específica, estuvo vigente durante el reinado de Isabel II (1833-1868), convirtiéndose en la fuerza política más hegemónica durante la Década Moderada (1844-1854) y, a intervalos con la Unión Liberal, de 1856 a 1868.
Si bien el término "moderado" fue utilizado ya con cierta profusión para caracterizar a los sectores liberales más conservadores durante el Trienio Liberal (1820-1823) -en contraposición a los liberales más progresistas (denominados "radicales" o "exaltados")- si bien, así mismo, es frecuente considerar la articulación del partido a raíz del nombramiento de Martínez de la Rosa por la regente María Cristina como presidente del Consejo de Ministros y del establecimiento del Estatuto Real (1834), en puridad, tal partido no se conformó plenamente hasta 1843 -en abierta opoción con la regencia de Espartero (1841-1843)-, manteniendo incluso distintas denominaciones ("partido moderado", "parlamentario", "constitucional", "monárquico-constitucional") hasta 1848, año en el que el nombre de Partido Moderado se impuso de forma definitiva.
Es preciso distinguir, por lo tanto, entre "moderantismo", en tanto que categoría historiológica cuyas raíces se hunden, para la contemporaneidad, en los orígenes de las tendencias liberales y cuyas ramas se prolongan, lógicamente, hasta el presente, y el Partido Moderado, concreto y específico, como tal.
En el momento de su primer acceso al poder, que tuvo lugar en diciembre de 1843, tras el triunfo del pronunciamiento militar encabezado por los generales Narváez, Concha y Pezuela y tras los breves gobiernos de los progresistas Joaquín María López y Salustiano Olózaga, el Partido Moderado era un grupo heterogéneo en el que, esencialmente, cabía distinguir, tanto por procedencia como por aspiraciones e ideología, dos sectores.
- Un primer sector, mayoritario, estaba formado por antiguos liberales doceañistas y "exaltados" (Martínez de la Rosa, Istúriz, el conde de Toreno, etc.), que se habían ido separando del progresismo, bien, según sus propios argumentos, por "madurez política" e incompatibilidad con "el desorden público" -según sus propios argumentos-, o bien, según los progresistas, por temor a la dinámica revolucionaria.
- El segundo grupo estaba integrado por sectores procedentes del absolutismo (Cea Bermúdez, conde de Ofalia, marqués de Viluma, etc.), algunos de los cuales habían aceptado el testamento de Fernando VII y, en consecuencia, la monarquía de Isabel II desde sus inicios; otros se habían "incorporado" a la monarquía isabelina y al régimen liberal sólo cuando la implantación del Antiguo Régimen se había mostrado inviable, esto es, tras la derrota carlista y el Convenio de Vergara (1839).
Esta primera diferenciación se prolongó, con nuevos perfiles, mientras el partido tuvo vigencia, destacándose tres tendencias que, en no pocas ocasiones -especialmente desde la década de 1850-, mantuvieron fuertes rivalidades, únicamente paliadas ante los coyunturales auges del enemigo común: los progresistas.
En primer lugar, el grupo dirigido por Cheste y el general Manuel Pezuela, marqués de la la Viluma, e inspirado en la doctrina de Balmes, conocido con el nombre de Unión Nacional. Su pretensión más característica es la reconciliación entre liberales y carlistas. Los hombres de Unión Liberal, sin rechazar la Constitución y el parlamentarismo, no tienen inconveniente en aceptar un cierto tradicionalismo, por lo que presentan la imagen menos liberal de las tres tendencias.
El segundo grupo es el conocido bajo el nombre de los "puritanos", era el ala izquierda del partido, que preconizaba el estricto respeto a la legalidad, la alternancia de moderados y progresistas en el ejercicio del poder y la eliminación del milistarismo en la política, tuvo en Juan Francisco Pacheco a su más destacado dirigente, quien, junto con otros miembros de esta tendencia (Moyano, Ros de Olano, Cánovas del Castillo, Pastor Díaz o Ríos Rosas)1. Tras su derrota política, en 1845, pierden protagonismo político. Se caracterizan por una mayor aproximación a los progresistas, sin cuyo diálogo encuentran inviable el liberalismo, lo que no debe interpretarse como una renuncia por su parte de los principios que articulan el partido moderado.
Por último, el tercer grupo, dirigido por el abogado asturiano Pedro José Pidal y Alejadro Mon, estaba respaldado por Narváez y ocupó el centro del moderantismo. Sus integrantes rechazan la tradición con la misma energia con la que reniegan de la revolución. Sin duda, es el grupo que da tono a la década moderada, sobre todo desde el momento que salió triunfador, respecto a las otras dos tendencias, en las discusiones parlamentarias que desembocaron en la aprobación de la nueva Constitución de 1845. Sus principales postulados, buena parte de ellos aparecían en este texto:
- Se centraron en la soberanía compartida entre la reina y las Cortes;
- el bicameralismo (Congreso y Senado);
- la reserva del derecho electoral a las clases propietarias (sufragio censitario);
- la centralización administrativa;
- el predominio del orden público sobre las libertades y los derechos individuales, de ahí la creación de la Guardia Civil en 1844 y las frecuentes suspensiones de las garantías constitucionales.
Esta legislación, sin embargo, sólo alcanza pleno sentido si se tienen en cuenta, además de los aspectos ya subrayados, dos hechos:
· el primero, que los aspectos más importantes de la revolución liberal (los que afectaban a la conversión de la propiedad "imperfecta" en propiedad plena y al "quienes" de esa propiedad) se hallaban ya realizados -por la acción de los progresistas principalmente- cuando los moderados accedieron al poder;
· el segundo, que tal transformación mantuvo prácticamente incólumne el poder económico nobiliario, dadas las peculiaridades de la revolución burguesa española y la alianza tácita entre nobleza y burguesía. Estas circunstancias explican, en gran medida, que buena parte de la nobleza aceptase la revolución; se integrase, prioritariamente, en el partido moderado; se entremezclase con él con sectores de la mediana y de la alta burguesía y llevase a cabo una legislación que, lejos de buscar una contrarrevolución, pretendió el encauzamiento de la ya efectuado, sobre todo, mediante la reserva de la elaboración de leyes exclusivamente a "la gran propiedad".
Así, la Ley electoral de 1846 duplicaba la contribución (de 200 a 400 reales) requerida para tener derechos electorales, lo que reducía drásticamente la cifra de electores: de un total de más de 600.000 electores (el 5'2 % de la población española en 1844), cuando todavía estaba vigente la Ley electoral progresista de 1837, a algo menos de 100.000, el 0'8 %, en 1846). Una ley electoral a su medida (sufragio censitario sumamente restringido y distritos uninominales como marco territorial de la elección); unos apoyos tan permanentes como importantes por parte de Isabel II y unas prácticas electorales caciquiles y, en no pocas ocasiones, fraudulentas le aseguraron un ejercicio monopolista del poder, empujando, por este motivo, a los progresistas a alcanzar el poder del único modo posible: mediante un pronunciamiento militar, fórmula ya puesta en práctica con éxito por Narváez para derribar a Espartero en 1843 y que se repitió a la inversas en distintas ocasiones y de forma efectiva en 1854 con la Vicalvarada, entrando en una dinámica de militarización de la vida política, "la España de los espadones".
La vinculación extrema de la reina con el Partido Moderado y la Unión Liberal influyó de forma notable en el paulatino distanciamiento de los progresistas respecto a la monarquía y, tras la muerte de Narváez y O'Donnell, en la Revolución de 1868 y el destronamiento de Isabel II, que conllevaron, así mismo, la práctica disolución del Partido Moderado, del que quedó una reducida estructura, encabezada por Claudio Moyano, en los primeros años de la Restauración; buena parte de los antiguos miembros pasaron a engrosar las filas del Partido Liberal-Conservador, liderado por Cánovas del Castillo, que recogió algunos de los postulados moderados, aunque adaptados a las nuevas circunstancias tras las experiencias de de 1868 y del Sexenio Democrático (1868-1874).

2. La Unión Liberal
Partido político fundado por Leopoldo O'Donnell en 1854. Con la intención de vencer la pugna entre el Partido Progresista y el Partido Moderad, Unión Liberal consiguió atraerse a los sectores más moderados de ambos partidos para situarse en una posición central equidistante. O'Donnell fue artífice y el caudillo militar del partido, y contó con la estrecha colaboración de José Posada Herrera y Antonio de los Ríos Rosas para los aspectos políticos y organizativos. Con un programa ecléctivo, basado sobre todo en la idea de superar el antagonismo entre moderados y progresistas, constituyó una fuerza heterogénea en la que se inscribieron algunos sectores de la nobleza, la mayor parte de la alta y mediana burguesía, profesionales, burócratas y, por encima de tod, grandes nombres del estamento militar: Serrano, Prim, Topete, Gutiérrez de la Concha, Ros de Olano, Echagüe, etc. O'Donnell participó como ministro de guerra en el gobierno de Espartero (el Bieno Progresista, 1854-1856)
El proyecto de O'Donnell con la Unión Liberal ponía de manifiesto una constante de la vida política española, desde principios de siglo, como era el anhelo de los liberales de formar una única gran familia. El intento de O'Donnell, naturalmente, no fue aceptado por los progresistas en su totalidad. Frente a los "resellados" -"turronados" los llamaba Madoz despectivamente-, "los puros" se negaron a colaborar.
Se restableció la Constitución de 1845 y se anuló la legislación más progresista del Bienio: interrupción de la desamortización, anulación de la libertad de imprenta, restablecimiento de los impuestos de consumo, etc.
Los unionistas llevaron a cabo una política exterior activa y agresiva, cuyos objetivos eran desviar la atención de los problemas internos y fomentar una conciencia nacionalista y patriótica, así como contentar a importantes sectores del ejército. Se desarrollaron acciones como la expedición a Indochina (1858-63) o la intervención en México (1862), pero las de mayor importancia fueron en el norte de África, especialmente en Marruecos (1859-60), donde la victoria de Wad-Ras permitió a España la incorporación de Sidi Ifni o la ampliación de la plaza de Ceuta.
A partir de 1861, el desgaste gubernamental y el desencanto del cumplimiento respecto al programa original provocó la fuga de destacados miembros del partido. La más significativa fue la de Ríos Rosas, la figura más importante de Unión Liberal después de O'Donnell y Posada Herrera.
En 1863, el gobierno de los unionistas fue incapaz de afrontar la oposición política de progresistas, demócratas y republicanos, así como la situación de crisis económica que empezaba a afectar a la agricultura, la industria y las finanzas. O'Donnell presentó su dimisión y la Reina entregó de nuevo el poder a los moderados. Entre 1863 y 1868, el moderantismo gobernó de forma autoritaria, al margen de las Cortes y de todos los grupos políticos, y ejerciendo una fuerte represión.

3. El partido progresista
Nombre con el que designa habitualmente, a la corriente más radical o izquirerdista del liberalismo español y al partido que, con esta denominación mantuvo un enfrentamiento constante con el partido moderado durante el reinado de Isabel II.
El término "progresista" apareció por primera vez para definir a esta corriente en las páginas del diario El Eco del Comercio, a finales de febrero de 1836, aunque fue a raíz del Motín de La Granja (12-VIII-1836), con la implantación de la Constitución de 1812, de cuya Constitución se sentía heredero y defensor, y en la política llevada a cabo poor los liberales durante el Trienio Liberal, cuando se conoció como "exaltados" a los liberales más radicales, en contraposición a lo más conservadores o "moderados".
A mediados de la década de 1830, los progresistas eran todavía un grupo de ideario heterogéneo y falto de una organización interna tal como se entiende modernamente, cuya principal característica en común era su apoyo a la política de reformas emprendida por Juan Álvarez de Mendizábal, ministro de Hacienda durante el gabinete del conde de Toreno (7-VI-1835) y jefe de Gobierno interino en los dos gabinetes siguientes (14-IX-1834 - 15-V-1836), en los que mantuvo también la cartera de Hacienda.
Frente a los moderados mantenían la idea del "poder soberano de la nación", del que emanaba un sistema político basado en una monarquía constitucional -hecha efectiva tras la promulgación de la Constitución de 1837, que recogía los postulados progresistas-; la igualdad de los ciudadanos ante la justicia y los impuestos -derogación del estanco de la sal y los impuestos de consumos-; el fortalecimiento de los poderes locales, tanto en ayuntamientos com en provincias -elección frente a designación directa-; la modernización económica del Estado para hacer frente a los gastos de la Primera Guerra Carlista (1833-1840) y la endémica bancarrota financiera del Estado -en este marco se inscribe el Decreto Ley de 19-II-1836 de Mendizábal sobre la desamortización de los bienes eclesiásticos-, o la reorganización de la Milicia Nacional (1836), institución creada por la Constitución de 1812 y reimplantada en 1836 para defender la Constitución liberal.
La base social del progresismo radicaba casi exclusivamente en el medio urbano, en el seno de las clases medias burguesas, aunque su actitud política combativa atraía periódicamente a pequeños burgueses y artesanos, menestrales e incluso el incipiente proletariado urbano.
Durante el reinado de Isabel II, el partido progresista alcanzó el poder en cortos períodos de tiempo, debido en buena parte al rechazo sistemático que provocaba en la Corona, temerosa de la radicalización de su discurso y de las periódicas revueltas populares que el partido alentaba como recurso para hacerse con los resortes del poder. De esta manera, la única posibilidad que progresismo tenía de acceder al poder era acercándose a sectores afines al estamento militar: en las tres ocasiones que ocupó el poder durante el largo reinado de Isabel II lo hizo a través de pronunciamientos militares -la abdicación de la reina regente María Cristina en 1840 y la instauración del Ministerio-Regencia de Espartero, la Vicalvarada en 1854, y la Revolución de Septiembre de 1868, dirigida por el general Prim-.
Tras la victoria de los moderados en las elecciones de octubre de 1837 -los progresistas obtuvieron únicamente sesenta escaños-, el Partido Progresista fue acercándose progresivamente a la figura del general Espartero, que aparecía, tras sus victorias al frente del ejército liberal en la Primera Guerra Carlista, como el nuevo hombre fuerte de la situación política.
El conflicto suscitado por la Ley de Ayuntamientos firmada por la reina regente desembocó en los graves disturbios populares del verano de 1840, la consiguiente abdicación de María Cristina (12-X) y la formación de un Ministerio-Regencia presidido por Espartero. El general se convertía así en la figura principal del Partido Progresista, especialmente tras la convocatoria de elecciones a Cortes, en las que se alzó con una abrumadora mayoría, y la aprobación por éstas de la regencia única -opción defendida por los progresistas "unitarios" frente a los "trinitarios", partidarios de un triunvirato regente- en la persona de Espartero (10-V-1841 - 30-VII-1843).
La caída del general, alentada por las conspiraciones de María Cristina alentada desde su residencia parisina y por la oposición moderada, que contó con el apoyo de los sectores militares más conservadores, abrió un periodo de gobierno moderado, la Década Moderada (1844-1854).
En estos diez años se inició un debate en el seno del progresismo acerca de la estrategia para alcanzar el poder. Se constituyeron dos facciones mayoritarias:
- los progresistas "puros" o "doceañistas", partidarios de defender el ideario tradicional del partido y el espíritu de la Constitución de 1812,
- y el sector que apostaba por conseguir el apoyo de los generales influyentes ante la reina.
Los progresistas "puros", entre los que se encontraban políticos como José Ordax Avecila, Miguel Aguilar, Aniceto Puig o Nicolás Rivero, acabaron separándose del partido en 1849 para constituir el Partido Democrático, en lo que supuso la primera escisión importante del progresismo.
El desgaste del partido moderado, los graves disturbios populares del verano de 1854 y el pronunciamiento de algunos generales moderados encabezados por O'Donnell -la Vicalvarada (30-VI-1854)- contra su propio gabinete, supuso un nuevo ascenso al poder del Partido Progresista -el Bieno Progresista (1854-1856)-, tras llegar a un consenso con la Unión Liberal de O'Donnell. Isabel II se vio obligada de nuevo a confiar el gobierno al general Espartero (28-VII-1854 - 14-VII-1856), aunque su gabinete presentaba una mezcla de elementos progresistas y de unionistas moderados -el propio O'Donnell ocupó permanentemente la cartera de Guerra- lo que mediatizó en parte su acción de gobierno.
La medida más influyente promovida por los progresistas durante el Bienio fue una nueva Ley de Desamortización, esta vez impulsada por el ministro de Hacienda Pascual Madoz, que ocupó esa cartera entre el 21 de enero y el 6-VI-1855. Las revueltas populares de junio de 1856, la indecisión de Espartero para acabar con ellas y la desunión dentro del progresismo indujo a Isabel II a destituir a Espartero y confiar el gobierno a O'Donnell (14-VII), con lo que el Partido Progresista inició una nueva época de ostracismo.
Tras la retirada de Espartero de la vida política, Salustiano de Olózaga, jefe político de los progresistas "puros", se erigió como líder del partido, que adoptó, desde agosto de 1863 y por iniciativa de Olózaga, una nueva táctica política basada en el retraimiento voluntario del juego electoral. La última participación en las urnas, en los comicios de 1858, se saldó con un resultado mínimo: veintiún diputados, frente a los más de sesenta que había disfrutado durante el Bienio Progresista. No obstante, los nulos resultados de esta política determinaron de nuevo la adopción de la vía militar. Así, el Partido Progresista fue, junto al Partido Demócrata, uno de los firmantes del Pacto de Ostente (16-VIII-1866), alianza propuesta por el general Prim, el nuevo hombre fuerte del progresismo, para derroca la monarquia isabelina.
El triunfo de la revolución de septiembre (27-IX-1868) significó a la vez el cenit y el ocaso del partido. Una vez derrocada la monarquía, las diversas tendencias progresistas encontraron el marco ideal para el desarrollo de sus propias iniciativas políticas, especialmente tras el asesinato de Prim (30-XII-1868), que dejó al partido con una dirección acéfala. El enfrentamiento entre las dos facciones mayoritarias, la radical, dirigida por Manuel Ruiz Zorrilla, y la conservadora, liderada por Práxedes Mateo Saasta, se hizo patente ya en las elecciones del 9 al 11-III-1871.
Paulatinamente, la crisis se fue agravando por la dimisión de los ministros radicales del gobierno (VI-1871) y por la elección de Sagasta como presidente de las Cortes (X-1871). Los días 12 y 15 de octubre, sendos manifiestos publicados por Sagasta y Ruiz Zorrilla, firmados cada uno de ellos por una parte de los diputados progresistas, oficializó la ruptura. La facción de Ruiz Zorrilla, en la que aparecían figuras políticas como Segismundo Moret, Cristino Martos o Nicolás Rivero, constituyó el Partido Radical, mientras que la corriente liderada por Sagasta, de ideología conservadora-monárquica, formó la nueva Agrupación Liberal-Fusionista, germen del Partido Liberal Fusionista, al que Sagasta convertiría en uno de los dos partidos -junto al Liberal-Conservador de Cánovas, que recogía en cierto modo el ideario del también desaparecido Partido Moderado-, que se alternarían en el poder durante la época de la Restauración (1874-1923).

4. El partido demócrata
El Partido Demócrata se convirtió en una fuerza de oposición a la política moderada, y fue evolucionando hacia posiciones cada vez más críticas con la monarquía de Isabel II.

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