lunes, 7 de junio de 2010

Religión, pensamiento y ciencias

No creemos que sea necesario insistir aquí sobre las características de los principales dioses del panteón egipcio, ni sobre sus orígenes y lugares de culto, de todo lo cual ya hemos tratado en páginas anteriores. También nos hemos ocupado de las concepciones religiosas helio-politanas y de su implicación en la política del Imperio Antiguo. Más interesantes para la evolución del pensamiento egipcio son las especulaciones de los círculos intelectuales menfitas, vinculadas al clero de Ptah. De los distintos textos teológicos y sapienciales emanados de estos círculos, y entre ellos las Enseñanzas de Ptahhotep, emana una especie de monoteísmo incipiente que tiende a identificar a los demás dioses como imágenes diversas de Ptah. La creación del mundo, por obra del pensamiento y la palabra del dios, que se sintió satisfecho como más tarde Yahweh una vez que hubo acabado, implica una superación intelectual de otras concepciones más primitivas.
Pero es que, además, la creación, obra de la inteligencia de Ptah, quedaba al alcance de la comprensión del hombre gracias a su propia inteligencia, ya que en definitiva y según estas mismas concepciones el hombre había sido creado a imagen del dios. Hemos visto que estas concepciones, que implicaban un profundo respeto por el hombre, rebaño divino del que el faraón tenía el deber de cuidar, concepciones basadas en principios de la moral natural de validez universal, se encuentran en el origen mismo del humanismo. Veamos seguidamente el alcance del respeto de los egipcios por la vida humana según una narración de origen popular:

Tras haber llegado a la corte, el príncipe Hordyedef entró para poner al corriente a la Majestad del rey Quéope j.v. El príncipe Hordyedef dijo: «Soberano v.s.f., mí señor, he traído a Dyedi». Su Majestad respondió: «Ve y tráe-melo». Después Su Majestad se personó en la gran sala del palacio v.s.f. Dyedi fue introducido cerca de Ella, y Su Majestad dijo: «¿Cómo es, Dyedi, que no te he conocido hasta ahora?». Dyedi respondió: «Sólo el que es llamado es el que viene, oh soberano v.s.f. He sido llamado y heme aquí venido». Su Majestad dijo: «¿Es verdad lo que se dice, que sabes volver a colocar en su lugar una cabeza cortada?». Dyedi respondió: «Sí, sé hacerlo, oh soberano v.s.f., mí señor». Entonces Su Majestad dijo: «Que se me traiga el prisionero que hay en la prisión, después de ejecutarle». Pero Dyedi dijo: «Pero no con un ser humano, oh soberano v.s.f., mi señor, puesto que está prohibido hacer tal cosa al rebaño sagrado de Dios».

(Cuentos delPapiro Westcar, traducción de Lefebvre, Romans, cit.)

Sus implicaciones políticas podrían haber sido de tal envergadura que justifican la hipótesis de los tumultos producidos al final de la Dinastía IV e inducidos por el clero heliopolitano, en el caso de que Shepseskaf y el problemático Dedefptah se hubiesen adherido a tales concepciones.
En lo referente a la religión funeraria, también hemos visto las concepciones ciertamente complejas que tendían a asegurar a los faraones una vida eterna en el Más Allá. El faraón, a su vez, podía gratificar o recompensar a sus parientes, colaboradores y servidores con la promesa de una vida también en el Más Allá, cerca de él, razón por la cual debían ser enterrados junto a su pirámide. Pero era esta una especie de eternidad delegada, de segunda clase, concedida sólo por privilegio y voluntad real, ya que el rey era el único a tener derecho a la eternidad pues sólo a él eran aplicables las fórmulas y rituales funerarios que le convertirían en un dios después de muerto. Estas concepciones estaban, en definitiva, en contradicción con los orígenes populares predi-násticos de Osírís, el cual garantizaba la vida de ultratumba en el paraíso de los Campos Elisios —simple remedo del Egipto terrenal pero eterno— a sus fieles. Muy probablemente Osirís no dejó de tener fieles adeptos entre las clases populares a lo largo de todo el Imperio Antiguo, lo cual explica su brusco resurgimiento al final del mismo. Pero ello no impedía que incluso los más pobres y pequeños de la sociedad egipcia hiciesen enterrar sus humildes despojos cerca de las pirámides y mastabas de los faraones y los grandes de la sociedad, para ver de hacerse también ellos con un poco de eternidad. Era preciso, en definitiva, divulgar las fórmulas y rituales religiosos capaces de asegurar la eternidad y que estaban reservados a los reyes, y esta será una de las primeras reivindicaciones del pueblo cuando se produzca la revolución social que ponga fin al Imperio Antiguo.
Algunas ciencias alcanzaron un desarrollo notable ya durante el Imperio Antiguo. Una de ellas es la astronomía; el establecimiento del calendario solar y su correlación con el movimiento de las estrellas en el cielo muestra la precisión de sus observaciones ya desde épocas remotas, y lo mismo cabe decir de la perfecta orientación de sus monumentos, especialmente las pirámides. La construcción misma de estos monumentos, así como la necesidad constante de calcular las medidas de superficies de terreno implicaban grandes conocimientos matemáticos, y más específicamente geométricos. No obstante, los papiros matemáticos conservados de cualquier época son rarísimos, y además no son otra cosa que simples manuales conteniendo diversas aplicaciones prácticas, para uso sobre todo de los harpedonaptas, empleados del catastro especializados en la medición de la superficie de los campos. De ello se ha deducido, demasiado rápidamente, que los egipcios desconocían la teoría matemática. No obstante, sabemos que sabían calcular el volumen de la pirámide, y aun el del tronco de la pirámide. Recientemente se ha probado que es imposible hacerlo sin una demostración racional previa. Hay que señalar que el sistema de numeración egipcio era decimal.




No nos queda mucha más literatura estrictamente religiosa del Imperio Antiguo, si descartamos las alusiones religiosas de otros géneros literarios. Una de las excepciones más notables es la Estela de Sabacón, notable incluso por las circunstancias excepcionales que nos han conservado este texto: Sabacón, piadoso faraón de la Dinastía XXV, lo encontró en un viejo manuscrito comido por los gusanos, y dado su interés decidió hacerlo grabar en una estela que fue colocada en el templo de Ptah en Menfis. Es esta transcripción de la Baja Época la que ha llegado a nosotros. El texto de la Estela de Sabacón se divide en dos partes. La primera contiene la narración dramatizada de la lucha de Horus y Set, el arbitraje de Gueb y la unificación de Egipto por Horus en el templo de Ptah en Menfis. La segunda es un texto teológico en el que se explica la creación del mundo por el dios primordial Ptah usando el corazón y la lengua, es decir, la voluntad y el verbo, concepción ciertamente más elevada que la primitiva helíopolitana. Veamos el texto en cuestión:

Su Enéada está ante él (Ptah) como dientes y labios, es decir, simiente y mano de Atum. En efecto, la Enéada de Atum había venido antes a la existencia por medio de su simiente y de sus dedos. Ahora bien, la Enéada son los dientes y los labios en la propia boca que ha nombrado toda cosa por su nombre (la de Ptah), de donde han salido Shu y Tfenis y que ha creado a la Enéada... Así es como fueron dados a luz todos los dioses, y como fue completada su Enéada. Toda palabra divina había venido a la existencia por medio de lo que había pensado el corazón y de lo que había ordenado la lengua. Es así corno fueron creados los kas y las hemusets (correspondientes femeninas de los kas), los cuales no cesan de producir todo alimento y toda ofrenda por medio de la propia palabra... Así queda establecido y reconocido que el poder de Ptah es mayor que el de los demás dioses. Y Ptah estuvo satisfecho cuando hubo creado toda cosa, así como toda palabra divina.

(Estela de Sabacón, traducción de Daumas, Civtlisation, cit.)



La evolución de la sociedad egipcia no encaja con ninguno de los modelos de evolución propuestos por los teóricos que estudian las sociedades hidráulicas. Ni el Estado egipcio pretendió jamás disponer del agua a su libre albedrío, en perjuicio de determinados sectores de la sociedad poco proclives a acatarlo, ni se convirtió en el único propietario de los medios de producción, ni el desarrollo de la propiedad privada en Egipto desencadenó como consecuencia el desarrollo de la esclavitud. Por el contrario, el Estado tuvo siempre la responsabilidad de hacer llegar los beneficios del agua de la inundación a todos los egipcios, el Estado encarnado por la monarquía adquirió grandes propiedades en todo el país pero sin impedir el desarrollo paralelo de la propiedad privada, y ésta no generó la esclavitud durante el Imperio Antiguo.

De nuevo hemos de aludir a los dos niveles de conceptualización distintos existentes en la mentalidad egipcia, de los que ya nos hemos ocupado al tratar del carácter divino y humano de la realeza. De la misma manera, teóricamente el rey era el único propietario de tierras y hombres; pero ello era sólo una realidad teológica, por así decirlo, que nada tenía que ver con la realidad cotidiana. En la práctica, la propiedad privada era un hecho con todas las garantías jurídicas y legales.

A continuación presentamos un acta de compra-venta de tierras que demuestra la existencia de este tipo de operaciones:

He adquirido... mediante pago doscientas aruras de tierra... un dominio de doscientos codos de largo y de doscientos codos de ancho, con buenas construcciones y bien equipado; hay en él hermosos árboles; se ha hecho en él una alberca muy grande; hay vides e higueras plantadas. Esto está escrito aquí de conformidad con e! escrito real; sus nombres están aquí de conformidad con el escrito real.

(Mechen, Autobiografía, traducido por Daumas, Civilisation, cit.).

El mismo Estado la garantizaba a condición de que todo cambio en el derecho de propiedad fuese registrado, y la mera existencia de los censos bianuales de los bienes muebles e inmuebles, del oro y de los campos, prueba con cuánta facilidad la propiedad cambiaba de manos. Eso sí, la monarquía poseía enormes propiedades con las que contaba para sufragar sus gastos y para pagar a sus servidores y funcionarios, cediendo en usufructo parcelas de las mismas o bien pagando directamente en especies con los productos de sus cosechas. Fueron precisamente estas propiedades las que la monarquía empezó a alienar a partir de la Dinastía V, lo que la llevó a la total ruina al perder el control de estos teóricos usufructos sin recibir ninguna contraprestación a cambio por parte de sus beneficiarios.
Sabemos de la existencia de grandes y de pequeños propietarios de tierras, si bien hay que tener en cuenta que el valor de la tierra era enorme, parejo a su fertilidad, de modo que las grandes propiedades no eran realmente excesivas, no conociéndose en ningún caso propiedades de más de cien hectáreas. Dada la productividad de la tierra, por otro lado, le era posible a una familia vivir perfectamente con una pequeña parcela. Por otro lado, Egipto no tenía en absoluto exceso de población, de modo que el país tenía recursos suficientes para alimentarla, incluso en el caso de producirse un Nilo pequeño, es decir, una crecida insuficiente, a condición de que el Estado y sus representantes fuesen mínimamente capaces de organizarse y de distribuir prudentemente entre la población los recursos alimenticios almacenados precisamente para estos casos.
Hay que señalar además que el mismo régimen individualista de las sucesiones testamentarias había de favorecer la división de la propiedad y el desarrollo de la pequeña propiedad; y merece la pena recordar que el mismo Ptahhotep advertía de los cambios adversos posibles de la fortuna, que podían empobrecer al rico, y viceversa.
El campesino egipcio, casi como elfellah actual, araba ayudándose de un par de vacas, sembraba con la ayuda de corderos y cerdos para que pisoteasen las semillas en el barro húmedo después de que se retirase el agua de la inundación, y cosechaba sirviéndose de asnos como animales de carga. Usaba todo tipo de aperos de labranza, tales como arados y hoces, y cosechaba sobre todo cereales —y muy especialmente trigo— y lino para hacer vestidos que las mujeres tejían. Pero también otros cultivos eran ya típicos desde el primer momento: uva, que se prensaba para obtener vino, habas, lentejas, garbanzos, pepinos, ajos, cebada de la que extraían la cerveza, higos, dátiles y el fruto del sicómoro. Finalmente hay que señalar la recogida de vegetales silvestres, tales como el apio y otras hierbas comestibles, el papiro, la goma de terebinto y todo tipo de plantas medicinales y ornamentales. Desde época predinástica los egipcios habían domesticado perros, toros y vacas, corderos, cabras y cerdos. Durante el Imperio Antiguo podemos añadir el asno, el oryx y el íbex, así como gran número de aves, pero lo que más llama la atención son los intentos de domesticación de animales tales como antílopes, gacelas e incluso hienas, intentos todos que resultaron vanos. En cambio, no usaban aún el perro como auxiliar del pastoreo, ni conocían el gato doméstico. La caza, por su parte, podía ser meramente defensiva, contra el león y el hipopótamo por ejemplo, o mucho más normalmente para comer; era normal además cazar animales vivos, especialmente aves. La pesca era también •—lo sigue siendo hoy día— muy abundante.
El Estado del Imperio Antiguo no sólo era el principal propietario de Egipto, sino también el principal empresario. Muchas veces se ha dicho que el índice de prosperidad de las diferentes etapas de la historia de Egipto puede medirse por los monumentos que cada una de estas etapas nos ha dejado. Durante el Imperio Antiguo los principales monumentos no son otros que los que se encuentran en las necrópolis reales menfitas. Como ha argumentado Kemp, la construcción y equipamiento de estas necrópolis y de sus monumentos más conspicuos, las pirámides, fue la principal actividad económica del Estado. A nosotros toda esta actividad puede parecemos improductiva, pero hay que reconocer que en su momento promovió la actividad de una importante mano de obra altamente especializada de artesanos, artistas, arquitectos e incluso de mandos encargados de organizar todas estas tareas. Toda esta mano de obra debía además prepararse adecuadamente, era contratada por el Estado y debía ser generosamente recompensada, ya que sólo así pueden explicarse los notables resultados alcanzados.
El Estado egipcio también parece haber ejercido el monopolio del comercio exterior, tanto por vía marítima como terrestre, siendo responsabilidad de la armada egipcia garantizar la seguridad de la navegación comercial, tanto en el mar Mediterráneo como en el mar Rojo. El objetivo fundamental de este comercio era asegurarse los productos de importación considerados indispensables para el consumo interno. El Estado poseía asimismo talleres, arsenales y astilleros, y se reservaba en exclusiva la explotación de minas y canteras, incluso en el Sinaí y en Nubia. Para trabajar en todos estos centros el Estado contrataba a obreros libres, y sus contratos eran registrados al igual que los contratos habidos entre simples privados para garantizar su ejecución por ambas partes.
Él lugar más elevado de la escala social estaba ocupado por ricos comerciantes, propietarios de talleres y tierras, armadores y, por supuesto, altos dignatarios del Estado. La clase media debía ser relativamente numerosa y estaba integrada por funcionarios subalternos, empleados y obreros especializados, profesionales libres tales como médicos o arquitectos y propietarios agrícolas medianos. La clase baja, desde luego la más numerosa, estaba integrada esencialmente por pequeños propietarios agrícolas, así como por colonos y peones agrícolas que podían trabajar mediante contrato para el Estado, los templos o para simples particulares; de la misma manera, en las ciudades había un numeroso proletariado de obreros sin especializar, braceros, criados domésticos y marineros.
Los egipcios disponían de diversas maneras de entretener sus ratos de ocio: los relieves de las mastabas han conservado numerosas escenas de música y danza, eran amantes de la caza deportiva, disponían asimismo de ciertos deportes —tiro con arco, lucha libre— y juegos diversos, y eran en fin buenos consumidores de vino y cerveza.
A pesar de que no se conocía la moneda, las transacciones comerciales hacía tiempo que habían superado la fase del simple trueque o intercambio. Durante el Imperio Antiguo se usaba lo que los economistas denominan moneda de cómputo. Esta moneda era el shat, que equivalía a un peso de 7,5 gramos de oró. Así, el valor de todo tipo de bienes y mercancías debía ser evaluado en shats de oro y pagados, en caso de compra, por este peso en metal o bien, más corrientemente, por otros productos de idéntico valor. El shat tenía un múltiplo, el deben, que valía 12 shats, lo que demuestra que el sistema de pesas era sexagesimal. El patrón monetario era, pues, durante el Imperio Antiguo, el oro; hay indicios, de todos modos, de que para las transacciones de menor entidad se usaba como patrón el cobre o, incluso, el plomo.
Veamos a continuación un caso concreto de uso de la moneda de cómputo, mediante un contrato de venta de una casa en Guiza:

El (Kemapu, el comprador) dice: «He comprado esta casa contra pago al escriba Chenti y he dado por ella diez shats, a saber:
— Un mueble fabricado en madera de ... (?), valor tres shats.
— Una cama fabricada en cedro de primera calidad, valor cuatro shats.
— Un mueble fabricado en madera de sicómoro, valor tres shats».
El (Chenti, el vendedor) dice: «¡Viva el rey!, yo daré lo que es justo, y tú quedarás satisfecho a causa de ello por todo lo que constituye la casa. Has efectuado este pago de diez shats por conversión».
Sellado con el sello en la oficina de la administración de la ciudad de Juit-Quéope (la dudad de la pirámide de Quéope) y en presencia de numerosos testigos pertenecientes tanto al servicio de Chenti como al colegio de sacerdotes al que pertenece Kemapu.
Lista de testigos: el obrero de la necrópolis Mehi; el sacerdote funerario Sebni; el sacerdote funerario Ini; el sacerdote funerario Nianjhor.
(Contrato de venta de una casa en Guiza, traducción de J. Pírenne,

Histoire des Institudons et du Droit Privé de l'Andenne Égypte, II, Bruselas, 1934, pp. 293-294).

En el Egipto del Imperio Antiguo no hubo esclavos. Ahora bien, el Estado en sus campañas guerreras exteriores podía hacer prisioneros de guerra. Estos prisioneros, considerados como botín, eran deportados a Egipto y obligados a realizar trabajos forzados exclusivamente en las propiedades agrícolas del propio Estado: son los llamados «reales», que de todos modos nunca significaron una fuerza productiva de relevancia dentro del conjunto de las fuerzas productivas del país.
La sociedad egipcia era una sociedad monógama. La familia egipcia puede definirse, ya desde el Imperio Antiguo, como restringida, efímera y liberal y estaba constituida, normalmente, por un marido, una esposa con amplia independencia económica y los hijos no emancipados. Éstos, tan pronto como contraían matrimonio, fundaban una nueva familia. Tanto el matrimonio como el divorcio eran en Egipto actos meramente privados, regulados por contratos que no eran otra cosa que los pactos económicos establecidos entre los esposos. La mujer era igual al hombre ante la ley, podía heredar y conservaba todos sus bienes después del matrimonio, de los cuales podía disponer libremente y con independencia de su esposo. Además, en el Egipto antiguo no hubo velos de ningún tipo y la mujer pudo circular por ciudades y campos, calles y plazas, luciendo generosamente su rostro y su cuerpo, lo que ya obligó al viejo Ptahhotep a advertir del peligro que esto podía significar para la estabilidad conyugal o simplemente emocional de los incautos varones.

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